domingo, 11 de octubre de 2009

ARTE DOLOROSO

A Umberto Giangrandi, uno de los más importantes grabadores con que cuenta el país en la actualidad, se lo puede ver apurando todas las posibilidades que le ofrecen las artes gráficas a través de un acabado virtuosismo, y dentro de sentimientos y actitudes, a la vez un acto de expresión personal intelectual, y acto de descargo ético. Figuras de hombres y de mujeres arlequinescamente dispuestas ante el ojo, en un desolado espacio ambiguo, y en la ambigüedad también de una posición pensionada entre el dolor y el grotesco.

Son la expresión fogosa, frenéticamente subjetiva, de un artista que denuncia su experiencia del mundo: experiencia visual, intelectual, espiritual, visceral, experiencia de todo su ser. Giangrandi, recoge sus encuentros “sobre terreno”, de un modo inquietantemente cerca de la experiencia cotidiana de las cosas y de los hechos.

La intensidad de atmósfera se acentúa, a veces, por la dominante rojo-negra en el color, como expresión simbólica de una época de violencia. Suficiente para legitimar el alineamiento del pintor en una de las ideas-fuerza más activas del arte en este momento: el compromiso total del pintor, individuo y artista con su creación plástica, hasta lograr que la propia imagen sea una imagen de lucha.

Arte doloroso éste de Giangrandi, como el que recoge el eco de una verdad patética y lo lanza hacia el espectador hecho gesto, juicio, anatema, donde la violencia retacea y descuartiza la carne en figuras insolentes o desvariadas. Como arte expresionista que es, ¿Cómo no habría de surgir y arraigar en medio de una sociedad deshumanizada? Porque, de hecho, declara respuestas a cuestiones de flagrante actualidad, aunque no haya en él ni pasado ni futuro termine por imponerse como un continuo presente, en donde esta simple y puramente una realidad hecha de gritos y de silencios, en un contrapunto sordo, vertido y prolongado hasta el infinito.

Al expresarse a sí mismo, Giangrandi expresa sus criaturas, a las que descoyunta o desmiembra con apariencia de títeres, en posturas de una aparatosidad perturbadora. Al ser subjetivo con exasperación, al no poder dejar de serlo, su arte engloba en un solo impacto visual los énfasis del reivindicador y los pánicos y conmociones de sus personajes instituidos en el tema.

El grabado se ha convertido así en tribuna, para este neo-expresionista, que de un modo transido nos da una interpretación carnavalesca de lo real. Porque de formar y vulnerar lo humano, transferido a una especie de carnaval de irrisión, se hace prácticamente inevitable, si se quiere hacer del cuerpo humano, de nuevo, símbolo de inocencia y de trascendencia. De una humanidad viviente en la carne y sufriente.

El grabado colombiano será también, algún día, deudor de Giangrandi por sus muchos años de docencia, a través de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de los Andes y de la Universidad Nacional. Y ahora mismo, dentro de su propio taller, en donde se entrega una formidable empresa de trabajo con tenacidad y dedicación ejemplares. Porque ser grabador, cruzado o miliciado de esa profesión que encuentra su profesión en Rembrandt, en Durero y en Goya, conlleva exigencias de personalidad insoslayables: el sentido artesano, minucioso y desvelado, la altura de la disciplina y el gesto fraterno para que el taller constituya en sentido real una simiente, un seminario de trabajo para la creación artística, que haya evidente que la justificación mayor de grabar es expresar lo que ni la escultura ni el dibujo ni la pintura pueden.

Un trabajo concebido con este carácter lleva a pensar que Giagrandi mira hacia atrás y recoge las bases de una poética una estética que alcanzaron nueva vida y frescura a principios del siglo, a través de expresionistas alemanes como Korin, Beckman, Kirchtner, quienes, como es sabido, experimentaron a fondo los efectos picológicos y estéticos del grabado, llevándolo a nuestras libertades y a cimentar su prestigio como forma autónoma.

Aunque estas formas son símbolos factibles de ser descifrados en términos políticos y pueden recibir el honroso nombre de “arte comprometido”, Giangrandi las radica ante todo en la visión, las radica como lenguaje dentro de un alto juego intelectual y sensorial, en donde se mezclan y confunden la causticidad y la piedad, la protesta y la esperanza, la pasión y la rebeldía y la tensión existencial y la metafísica…

MARIO RIVERO

Poeta y Crítico de Arte

No hay comentarios:

Publicar un comentario